Esto es como jugar a la ruleta rusa del
amor. Nunca sabes lo que te va a deparar. El día de ayer fue uno de esos días
en los que te levantas un poco peor que regular. No había tenido noticias de
ella en todo el día anterior. Ni un e-mail. Ni un mensaje al móvil. Nada. Ya
habíamos hablado de eso: "no tenemos por qué hablar todos los días".
Bueno, lo entiendes y pasas como puedes el tiempo, preguntándote qué hará o
cómo estará.
Así, terminó por amanecer y el nuevo día empezaba con ese runrún en
la cabeza y el corazón, volviendo a cosas vividas en el pasado reciente. Cosas
que no dejan de doler por dentro. Por mucho que lo intente soy incapaz de
olvidar lo que siento por ella. Puedo decirme a mí mismo que deje de pensar en
ella y me convenzo hasta que la veo. Y cuando la veo, deja de existir el mundo.
Sólo existen sus ojos, sus manos, su sonrisa, su piel morena. Una delicia para
los sentidos.
Y eso mismo pasó ayer. Al salir de trabajar, tenía una charla a
la que me había apuntado, sobre liderazgo en la empresa y de la que había
informado a ella. No sabía si se habría terminado apuntando o no, pero cuando
llegué al punto de control del hotel donde se celebraba el evento, que
casualmente está al lado de su casa, pude comprobar con un rápido oteo del
listado que efectivamente allí se encontraba su nombre. Desde ese instante ya
no pude dejar de volverme para tratar de verla entrar. Hasta que llegó y se
iluminó la sala. Durante la ponencia, se notaba que estaba disfrutando. Tú dale
algo para aprender y se vuelve loca. Es increíble. En este caso, creatividad,
liderazgo e innovación. Y la charla llegó a su fin. La acompañé a su coche, que
estaba justo detrás del mío. Y comentando me invitó a cenar a su casa. Me
encantan esas cenas, porque las hacemos entre los dos y siempre están
condimentadas con un buen vino. Brindamos, hablamos y se hicieron las tantas,
como siempre. Recogimos la mesa y llegó el momento cumbre. Manos que se
entrelazan, caricias fugaces, miradas que se cruzan. Se me hincha el corazón
mientras lo escribo. Y por fin los abrazos y los besos. Me encanta cómo me
besa, esta vez con pequeños mordiscos. Corazón a mil por hora. Pero esta vez ha
pasado algo que no había pasado nunca y de lo cual estoy muy contento. Quedamos
para vernos esta semana y en uno de los abrazos de despedida me dijo al oído la
palabra mágica: te quiero. Shock cerebral. Shock en el corazón, a punto de
estallar de tanta felicidad. Aún no me lo creo. Me gusta cómo está avanzando la
relación. Ojalá, no se pare. Sigo pensando que si ponemos ambos de nuestra
parte podemos llegar muy lejos. La complicidad la tenemos. La amistad
incondicional también. La pasión poco a poco va llegando. Futuro incierto pero
lleno de esperanzas.
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