miércoles, 14 de enero de 2015

Ruleta rusa

Esto es como jugar a la ruleta rusa del amor. Nunca sabes lo que te va a deparar. El día de ayer fue uno de esos días en los que te levantas un poco peor que regular. No había tenido noticias de ella en todo el día anterior. Ni un e-mail. Ni un mensaje al móvil. Nada. Ya habíamos hablado de eso: "no tenemos por qué hablar todos los días". Bueno, lo entiendes y pasas como puedes el tiempo, preguntándote qué hará o cómo estará. 

Así, terminó por amanecer y el nuevo día empezaba con ese runrún en la cabeza y el corazón, volviendo a cosas vividas en el pasado reciente. Cosas que no dejan de doler por dentro. Por mucho que lo intente soy incapaz de olvidar lo que siento por ella. Puedo decirme a mí mismo que deje de pensar en ella y me convenzo hasta que la veo. Y cuando la veo, deja de existir el mundo. Sólo existen sus ojos, sus manos, su sonrisa, su piel morena. Una delicia para los sentidos. 

Y eso mismo pasó ayer. Al salir de trabajar, tenía una charla a la que me había apuntado, sobre liderazgo en la empresa y de la que había informado a ella. No sabía si se habría terminado apuntando o no, pero cuando llegué al punto de control del hotel donde se celebraba el evento, que casualmente está al lado de su casa, pude comprobar con un rápido oteo del listado que efectivamente allí se encontraba su nombre. Desde ese instante ya no pude dejar de volverme para tratar de verla entrar. Hasta que llegó y se iluminó la sala. Durante la ponencia, se notaba que estaba disfrutando. Tú dale algo para aprender y se vuelve loca. Es increíble. En este caso, creatividad, liderazgo e innovación. Y la charla llegó a su fin. La acompañé a su coche, que estaba justo detrás del mío. Y comentando me invitó a cenar a su casa. Me encantan esas cenas, porque las hacemos entre los dos y siempre están condimentadas con un buen vino. Brindamos, hablamos y se hicieron las tantas, como siempre. Recogimos la mesa y llegó el momento cumbre. Manos que se entrelazan, caricias fugaces, miradas que se cruzan. Se me hincha el corazón mientras lo escribo. Y por fin los abrazos y los besos. Me encanta cómo me besa, esta vez con pequeños mordiscos. Corazón a mil por hora. Pero esta vez ha pasado algo que no había pasado nunca y de lo cual estoy muy contento. Quedamos para vernos esta semana y en uno de los abrazos de despedida me dijo al oído la palabra mágica: te quiero. Shock cerebral. Shock en el corazón, a punto de estallar de tanta felicidad. Aún no me lo creo. Me gusta cómo está avanzando la relación. Ojalá, no se pare. Sigo pensando que si ponemos ambos de nuestra parte podemos llegar muy lejos. La complicidad la tenemos. La amistad incondicional también. La pasión poco a poco va llegando. Futuro incierto pero lleno de esperanzas.

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